Junto a un bosque, vivía un leñador con su esposa y sus dos hijos; el niño se llamaba Hansel y la niña, Gretel. Eran una familia pobre que apenas tenían para comer. El país se encontraba en una época terrible de penurias y pobreza y su padre, quien trabajaba mucho, ya no tenía dinero para dar de comer a sus hijos.
—¿Qué vamos hacer? —Dijo el padre a su mujer— ya no tenemos como alimentar a nuestros hijos.
—Se me ocurre algo —dice la madre— ¿Y si mañana llevamos a los niños al bosque a cortar leña con nosotros y los dejamos allí? No sabrán como regresar a casa y entonces, nos habremos quitado un peso de encima.
—¡Pero te has vuelto loca!—Exclama el padre indignado— No podemos dejarles allí, no pasará mucho tiempo para que los devoren las fieras.
—¿Y entonces qué haremos? No hay comida suficiente siquiera para nosotros dos, si nos quedamos con ellos, los cuatro moriremos.
El padre, indeciso, al final aceptó hacer lo que dijo la madre.
Los niños, quienes se encontraban sin poder dormir debido al hambre, escucharon todo lo que decían sus padres en la habitación contigua.
—¿Y ahora qué haremos Hansel —dice Gretel entre lágrimas a su hermano— Es nuestro fin.
—No te preocupes hermanita —dice Hansel a su hermana—, ya verás que encontraré la manera de volver a casa.
A la mañana siguiente, la madre los despierta y les pide que los acompañen a ella y a su padre al bosque a cortar leña. Camino al bosque y sin que sus padres se den cuenta, Hansel esparce pequeñas migajas de pan por todo el camino, para así, poder volver a casa. Sus padres les abandonaron y pasadas algunas horas, los niños se disponen a regresar. Pero no encuentran ninguna migaja de pan, pues las aves se las han comido.
Los niños duermen esa noche en el bosque, y al día siguiente se despiertan con el aroma de un delicioso pastel. Muertos de hambre, deciden salir a explorar, pues debía de haber una cabaña cerca. Llegan a un valle con una linda casita hecha de pan, el tejado era de bizcocho y las ventanas de azúcar. Los niños, sintiéndose como en el cielo, corren a devorar la casa.
Entonces sale una anciana de aspecto amable.
— ¡Oh, hola pequeños! ¿Tienen hambre? ¿Por qué no entran a comer? Estoy horneando un rico pastel.
Los niños aceptan entrar, pero una vez dentro, la dulce anciana se transforma en una horrible bruja. Toma al niño y lo encierra en una jaula.
—¡Ahora tú, niña. Ve y pon a hervir agua en el caldero! —Señala un enorme caldero en medio de la cocina—.
Gretel, presa del miedo y llorando sin más no poder, hace lo que le pide.
—Ahora quiero que entres al horno y pongas a hornear pan —Ordena la bruja—.
Pero Gretel, adivinando sus intenciones, sabe que la bruja quiere hornearla a ella.
—¡Vaya, es que no sé cómo se hace. —Dice la astuta niña—.
—¡Pero que niña tan tonta! Quítate de en medio que te diré como se hace.
La bruja mete la cabeza en el enorme horno y Gretel la empuja dentro y cierra la puerta.
Después libera a su hermano y felices de haberse salvado, se disponen a salir de allí, no sin antes llevarse las joyas que tenía la bruja. Hansel y Gretel consiguen volver a casa ese día, sin hambre y con una gran fortuna en sus bolsillos. La familia no volvió a pasar penurias nunca más y vivieron felices por siempre.