Juan y las habichuelas mágicas
Érase una vez un pueblo muy pobre, azotado por una terrible hambruna. Las familias morían de hambre porque en aquella región sufrían una fuerte sequía desde hacía tiempo, con lo que los cultivos hacía mucho que habían desaparecido.
Juanito, nuestro protagonista, pertenecía a una de aquellas familia tan pobres.
Un buen día su madre se le acercó y le dijo:
– Juanito, coje esa vaca tan vieja que tenemos. Ya no hay con qué alimentarla y tal vez en el pueblo consigas venderla. De ese modo podrás comprar algo en el mercado para que comamos al menos unos días.
El joven, haciendo caso a su madre, cogió la vaca y se puso en camino. Una vez hubo llegado al pueblo se acercó al mercado y se colocó en donde se compraba y vendía el ganado. Pasó allí largas horas pero su vaca era tan vieja y estaba tan flaca que nadie la quería. El día fue pasando y, cuando ya casi había perdido la esperanza, apareció un viejo que le dijo:
– Mira joven, te cambio esa vieja vaca por estas 3 habichuelas.
Juanito se le quedó mirando pensativo. No parecía muy buen trato. Sin embargo el hombre insistió diciendo que no dudara en tomarlas pues eran unas habichuelas mágica que poseían unas propiedades muy especiales. La noche se le echaba encima y Juanito, desesperado, aceptó el trato. Sin pensarlo más tomó las habichuelas.
Segun se acercaba a casa ya pudo ver, desde lejos, como su madre le esperaba en la puerta. En cuanto llegó a su lado le preguntó, ansiosa, qué traía a cambio de la vaca que se había llevado. Y cuando Juanito le enseñó las tres habichuelas se enfadó muchísimo.
– Juanito, ¿cómo has podido dejarte engañar así?- le dijo con amargura.- Sabes el hambre que estamos pasando. ¡Qué vamos a hacer con tres tristes habichuelas!
Y diciendo esto las lanzó con rabia por la ventana.
Las semillas cayeron en la dura tierra y, por arte de magia comenzaron a germinar. La planta que de ellas surgió creció y creció, y no dejó de crecer durante toda la noche, dando como resultado un árbol de increíble tamaño. Pero no se quedó ahí. Siguió creciendo, en dirección a la luna, y su tallo gigantesco acabó por desaparecer entre las nubes.
Al despertar Juanito miró sorprendido el increíble árbol. De repente, de entre las nubes, descendiendo por la planta, apareció un gran gigante. El joven, aterrorizado, salió en busca de su madre y juntos huyeron del lugar.
Corrieron hacia el castillo para avisar al rey de lo que estaba ocurriendo. Pero no se dieron cuenta de que el gigante les seguía en su huida. Éste, nada más llegar al imponente edificio, arremetió contra las murallas, entró por el agujero que había hecho y, cogiendo a la princesa, salió de allí a grandes zancadas. Antes de que nadie fuera capaz de reaccionar ya había subido por la enorme planta que le llevaba más allá de las nubes.
El rey quedó destrozado por lo que le había ocurrido a su única y querida hija. Ofreció una recompensa y la mano de su hija al valiente que fuera capaz de devolvérsela sin daño alguno. Juanito, sin pensárselo un momento, se ofreció a rescatarla.
Corrió hasta su casa y, con gran agilidad, trepó por la planta hasta llegar más allá de las nubes. Al llegar arriba se sorprendió al ver un enorme castillo, mariposas enormes, árboles extremadamente grandes,… ¡todo allí era gigantesco! Para dar con la princesa se dispuso a seguir las huellas que el gigante había dejado y estas lo llevaron hasta el gran castillo.
Nada más llegar se coló por debajo de la puerta y pudo ver a la princesa, que se encontraba presa en una jaula. El gigante, que tenía la intención de comérsela, se encontraba en la cocina reuniendo los ingredientes que darían un mejor sabor al guiso. Mientras se encontraba entretenido cortando las verduras el joven trepó hasta el estante donde se encontraba la llave de la jaula y, con rapidez, introdujo sigilosamente la llave en la cerradura, la abrió y logró sacar a la princesa.
Tan concentrado estaba el gigante en su labor que no se dio cuenta de la rápida huida de los dos jóvenes. Pero cuando se dispuso a añadir el ingrediente principal se percató de que no estaba donde lo había dejado. Dando unos gruñidos terroríficos, que se escuchaban por todo el castillo y todas las tierras colindantes, se dispuso a seguir el rastro de los jóvenes usando para encontrarlos su poderoso olfato.
Juanito y la princesa, que habían escuchado los aullidos del gigante, corrían como locos hacia la enorme planta. Cuando ya estaban llegando vieron, horrorizados, como éste ya les pisaba los talones. Pero Juanito era una persona muy lista y previsora. Antes de subir, imaginando que debería bajar de un modo precipitado para huir del gigante, había ideado una especie de paracaídas. Así que tomando firmemente a la princesa, se lanzó al vacío, llegando rápidamente, y a salvo, al suelo.
El gigante, para seguirlos, quiso bajar trepando por el árbol. Pero Juanito le dijo a los soldados del rey que les habían estado esperando, que cortaran con rapidez el árbol. Así lo hicieron y al caer la planta con ella cayó el malvado gigante, que murió en el acto.
El rey cumplió su promesa y Juanito se casó con la princesa. Con la recompensa recibida cuidó de su madre, que ya nunca volvió a pasar hambre. Y fueron todos muy, muy felices.