El pájaro de oro

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EL PAJARO DE ORO CUENTO DE LOS HERMANOS GRIMM

En un reino lejano, del lejano oriente, había un rey que tenía un árbol que daba manzanas de oro. Aquel árbol era su gran tesoro así que todos los días contaba con gran paciencia las manzanas maduras. Un día, al acabar su recuento, notó que faltaba una.

Preocupado envió a su hijo mayor a investigar qué era lo que había pasado. Éste se acercó al huerto y, estudiando la situación, decidió que lo mejor era pasar allí la noche vigilando el árbol. De ese modo pillaría infraganti a aquel que se atreviera a entrar a robar otra de las manzanas de su padre. Pero tras pasar varias horas sólo, en la oscuridad, acabó por quedarse dormido de puro aburrimiento. Cuando despertó a la mañana siguiente se dio cuenta, consternado, de que faltaba otra manzana. El rey, que no estaba dispuesto a dejar así las cosas, enfadado por la dejadez de su hijo mayor, decidió enviar a su hijo mediano a intentar resolver el enigma. Al igual que su hermano a él también le venció el sueño en la larga noche de vigía y se durmió, descubriendo, al despertar, que de nuevo faltaba otra manzana. Realmente intrigado el monarca envió a su hijo menor, esperando que obtuviera mejores resultados que sus hermanos. Ciertamente el hermano pequeño, acostumbrado a lidiar con los mayores, era el más astuto, y fue capaz de mantenerse ocupado y despierto, sin quitarle ojo al preciado árbol. Así descubrió cómo, en lo más profundo de la noche, aparecía un pájaro dorado que se llevaba una de las manzanas de su padre. Rápidamente dispuso su arco y disparó una flecha. Pero erró el tiro consiguiendo tan sólo asustar al ave que, en su huida, dejó caer una pluma de oro.

El rey quedó maravillado ante la brillante pluma y decidió que encontraría, como fuera, a la dueña de la misma. Para ello envió a su hijo mayor con la esperanza de que fuera más cabal en esta ocasión. Pero en cuanto salió del castillo olvidó el encargo de su padre y se fue al pueblo a disfrutar de sus tabernas y sus gentes. Como los días pasaban y el joven no regresaba mandó a su hijo mediano a buscarlo. Pero, en vez de convencer a su hermano de que debían cumplir los deseos de su padre, se unió a él, y ambos acabaron de fiesta yendo de pueblo en pueblo. El rey, desesperado, decidió enviar a su hijo pequeño, que había demostrado ser el más sensato, a buscar a sus dos hermanos y traerlos a casa. 

Decidido a cumplir el encargo salió del castillo y se encaminó hacia el primer pueblo del reino. Al llegar a un bosque se encontró con una zorra que se le acercó y le dijo:

– Yo sé dónde se encuentra el pájaro de oro que buscas. Si vienes conmigo te guiaré al palacio encantado en el que vive. Cuando llegues lo hallarás en una jaula vieja y destartalada, a pesar de que, a su lado hay una de oro. No lo saques de allí por ningún motivo, recuerda, es muy importante.

El joven quería cumplir los deseos de su padre de encontrar a sus hermanos y llevarlos de regreso a casa. Pero pensó que, si de paso le llevaba al rey el pájaro de oro cumpliría, en un sólo viaje, todos sus encargos. Así que tomó la decisión de seguir a la zorra en busca del palacio encantado.

Cuando llegó, efectivamente, encontró al pájaro en una jaula vieja. Pero le pareció una pena trasladar tan magnífica ave en una jaula tan pobre y, olvidando el consejo que le habían dado, cambió el pájaro a la jaula de oro. Al hacerlo éste comenzó a piar tan fuerte que alertó a todo el personal de palacio que corrió raudo a protegerlo. El joven príncipe fue apresado y condenado a muerte. Pero, apiadándose de él, le dieron una oportunidad  de evitar la sentencia. Si lograba atrapar al caballo de oro más veloz del mundo, que tanto tiempo llevaban intentando coger, le perdonarían la vida y le regalarían el preciado pájaro de oro que había ido a buscar.

Pasó la noche encerrado en una celda y al día siguiente lo dejaron en el bosque para que cumpliera con el encargo que le habían impuesto. De nuevo se le apareció la zorra que se ofreció a ayudarlo una vez más. Le guió hasta un nuevo palacio en el que, según ella, vivía el caballo de oro y le habló así:

– Cuando te dispongas a montar al jamelgo recuerda colocarle la silla de montar vieja de tu propio caballo y no la de oro que encontrarás allí.

Pero el joven, viendo la grandiosidad de aquel caballo dorado, decidió otra vez no seguir el consejo recibido de la zorra. Más en cuanto el caballo sintió el frío de la silla de montar de oro comenzó a relinchar a viva voz, lo que alertó a los guardias. De nuevo fue apresado y condenado. Pero en esta ocasión también le ofrecieron la posibilidad de librarse de su condena. Si les llevaba a la princesa que vivía en el Castillo de Oro le perdonarían y le darían el caballo de oro que pretendía llevarse a la fuerza.

A la mañana siguiente se encontró de nuevo en el bosque y, de nuevo, la voluntariosa zorra se ofreció a ayudarle. En esta ocasión le explicó, mientras le guiaba al Castillo de Oro:

– Si la princesa llora deberás darle un beso para hacerla callar y llevártela a toda prisa, sin dejar que se despida de sus padres.

El joven príncipe, escarmentado por los resultados de las anteriores veces, tuvo especial cuidado en no olvidar el consejo. De modo que, cuando la princesa, asustada, comenzó a llorar, le dio un ligero beso que la dejó prendada y, sin perder ni un minuto, se preparó para salir huyendo a toda prisa. Pero la hermosa joven le pidió poder despedirse primero de sus padres. El chico le dijo que no podía ser, pero ella insistió e insistió, empezando a llorar de nuevo. Asustado porque no podía calmarla acabó por ceder a su petición. Pero, en cuanto despertó a sus padres, todo el mundo en palacio supo que habían intentado llevarse a la princesa y lo mandaron preso por ello a la mazmorra del palacio. Fue sentenciado a muerte, pero la princesa, que se había enamorado del príncipe, intercedió por él. Y su padre, que la quería con locura, le dió una oportunidad al muchacho. Si conseguía eliminar la montaña que limitaba su visión desde la ventana de su habitación le perdonaría la vida.

Así que, armado con pico y pala, el príncipe comenzó a desgastar, poco a poco, la ladera del inmenso monte. Continuó con su incansable trabajo toda la noche pero, como era de suponer, el amanecer se acercaba y apenas si había conseguido una mínima parte de su titánica tarea. Cuando ya estaba dispuesto a desistir apareció ante él la zorra que le dijo:

– Hasta ahora no has hecho caso de la mayoría de mis consejos. La verdad es que no debería ayudarte. Pero te voy a dar una última oportunidad. Vete a descansar. Cuando te levantes el trabajo estará hecho. Cuando el rey del Castillo de Oro lo vea no va a tener otro remedio que darte a su hija en matrimonio y dejarte ir. Cuando ésto ocurra deberéis iros a toda prisa. En el siguiente castillo tendrás que pedir tu recompensa, el caballo de oro, al entregar a la princesa. Antes de irte deberás dar la mano, como despedida, a los allí presentes, dejando para el último lugar a la princesa. Cuando te llegue el turno de darle a ella la mano, deberás tirar con fuerza de su brazo, subirla a lomos del caballo y salir de allí a toda prisa. Como es el animal más rápido del mundo nadie podrá darte alcance. Antes de llegar al castillo donde mora el pájaro de oro deberás dejar a la princesa a mi cargo. Al entrar en el patio saldrán a recibirte con la jaula. Sin darles tiempo a reaccionar cogerás el ave y saldrás a galope una vez más, viniendo a reunirte con nosotros en el bosque.

– Eres un animal muy inteligente y me has ayudado mucho. Me gustaría poder recompensarte de alguna manera. ¿Qué podría hacer yo por ti?

– Lo único que quiero por mis servicios es que pongas fin a mis días. Llevo una vida de penurias y ya no deseo vivir más.

– Pero, ¿cómo podría hacer algo tan terrible después de todo lo que me has ayudado?- dijo incrédulo el príncipe.

– Dijiste que querías pagarme mi ayuda y ese es mi deseo. Deberás respetarlo sin preguntar nada más.- concluyó el animal.

El joven, en contra de su voluntad acabó por aceptar, y se retiró a dormir.

Cuando levantó a la mañana siguiente descubrió que la sabia zorra tenía razón y los acontecimientos se sucedieron como le fue indicando. Más, cuando se encontró en el bosque, con todos los tesoros conseguidos gracias al animal y la joven que amaba a su lado no se sintió con fuerzas de matar a quien le había ayudado a conseguir tanta dicha. La zorra, frustrada, se dispuso a marcharse, pero no fue capaz de hacerlo sin antes darle otro consejo:

– Me voy, aunque estoy segura de que nuestros caminos volverán a cruzarse. Pero antes de que lo haga debes escucharme. No olvides cuidarte de aquellos que son de tu sangre y no te sientes jamás en el borde de un pozo.- Y, dicho esto, desapareció.

Sin entender lo que quería decir con aquellas palabras, ambos jóvenes se pusieron en camino hacia el hogar del príncipe.

Al pasar por una de las aldeas vieron, a lo lejos, a los díscolos hermanos y se acercaron a hablar con ellos, consiguiendo que entraran en razón y les acompañaran a casa. El día era caluroso y, tras viajar durante horas, se detuvieron a descansar junto a unos hermosos árboles que daban sombra a un pozo. Charlaban animadamente y el hermano pequeño estaba tan contento de que todo hubiera salido bien que, sin recordar el último consejo recibido, se sentó a descansar en el borde del pozo. Momento que sus envidiosos hermanos aprovecharon para empujarlo y salir corriendo con la princesa y los animales de oro.

El pozo no tenía demasiada agua, con lo que la vida del mozo no corría peligro, pero era muy profundo y, por más que lo intentó no consiguió salir de él. Ya casi había perdido la esperanza cuando por el borde asomó el astuto morro de la zorra.

– De nuevo te encuentro en una situación complicada, ¿verdad?. Te ayudaré una última vez si me aseguras que cumplirás tu promesa de quitarme la vida cuando lo haga.

– Te lo prometo. –  Respondió – Esta vez no te fallaré. Aunque me cueste haré lo que me pides, si tan importante es para ti.

Al escuchar sus palabras la zorra se puso inmediatamente en acción y, con la ayuda de unas largas ramas, lo sacó del pozo.

En cuanto estuvo fuera el príncipe cogió su espada y, con tristeza, atravesó al animal. En el mismo instante que lo hizo quedó deslumbrado por un brillante fogonazo. Cuando la luz se disipó pudo ver, frente a él, no a una zorra muerta, sino a un joven que le dijo:

– ¡Por fin!. Llevo muchos años intentando librarme del hechizo que me tenía preso dentro de esta criatura del bosque. Soy el hermano de tu esposa. Como sabía que eras una persona de buen corazón te he ayudado a conquistar riquezas y el corazón de mi hermana. Ahora, juntos, regresaremos a tu castillo y recuperaremos lo que te pertenece.

Al llegar contaron, con la ayuda de la princesa, la increíble historia al rey, que no dudó en creerles, ya que sabía de sobra lo irresponsables y malas personas que podían ser sus hijos mayor y mediano. Ambos fueron desterrados y el hijo menor heredó el reino. Durante su larga vida fue un rey justo y cuidó bien de su pueblo, junto con su adorada esposa y contando siempre con el consejo de su astuto cuñado. 

 

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