El cuento de los tres cerditos – Fábula 🐷
Erase una vez tres cerditos que vivían con su papá y su mamá. Eran muy felices todos juntos y cuando los tres cerditos crecieron decidieron viajar y descubrir el mundo por su cuenta.
Después de mucho caminar un día encontraron un bonito lugar cerca de un gran bosque. Rápidamente se hicieron amigos de otros animales que les advirtieron de que por allí solía pasar un lobo feroz, malvado y peligroso que siempre intentaba comérselos.
Los tres hermanos se pusieron de acuerdo en quedarse allí a vivir y que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar protegidos.
El cerdito pequeño, que era muy perezoso, decidió que su casa sería de paja. Durante unas pocas horas se dedicó a apilar paja y cañas secas y en un santiamén, construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se echó una siestecita y se fue a jugar.
– ¡Ya no le temo al lobo feroz! – le dijo a sus hermanos.
El cerdito mediano era un poco más trabajador que el pequeño pero tampoco tenía muchas ganas de esforzarse. Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar protegido, así que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos y palos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se fue a charlar con otros animales del bosque..
– ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al lobo feroz con mi nueva casa de madera – comentó a todos aquellos con los que se iba encontrando.
El mayor de los cerditos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una casa confortable pero sobre todo resistente. Haría una gran casa de ladrillos. Así que fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras día, el cerdito se esforzó en hacer la mejor casa posible.
Sus hermanos no entendían por qué se tomaba tantas molestias.
– ¡Mira a nuestro hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se pasa el día trabajando en vez de venir a jugar con nosotros.
– Pues sí ¡vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un periquete como nosotros… Nuestras casas han quedado bonitas y nos han dejado mucho tiempo para jugar.
El cerdito mayor, les escuchó.
– Bueno, cuando venga el lobo veremos quién ha sido el más responsable y listo de los tres – les dijo a modo de advertencia.
Tardó muchas semanas en tenerla terminada y le resultó un trabajo duro, pero sin duda el esfuerzo mereció la pena. Cuando la casa de ladrillo estuvo terminada, el mayor de los hermanos se sintió orgulloso y por fin se sentó a contemplarla mientras tomaba una refrescante limonada.
– ¡Qué bien ha quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella.
Cada cerdito se fue a vivir a su propia casa. Todo estaba tranquilo hasta que una mañana, el más pequeño que estaba jugando en el río, vio aparecer entre los arbustos al temible lobo.
El pobre cochino comenzó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la puerta y respiró aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo gritaba:
– Cerdito abre la puerta o ¡Soplaré y soplaré y tu casita derribaré!.
– No, no y no, jamás abrire la puerta – grito el cerdito atemorizado.
Sin esperar un segudo el grán lobo feroz comenzó a soplar y a soplar y la casita de paja en poco tiempo se desarmó. El pequeño cerdito, aterrorizado, salió corriendo hacia casa de su hermano mediano perseguido por el lobo y se refugio allí. El lobo no tardaria en aparecer.
TOC, TOC, TOC. Sonó la puerta.
– Cerditos abridme la puerta o ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!
– No, no y no, jamás abriremos la puerta – gritaron los cerditos aterrados.
De nuevo sopló tan fuerte que la estructura de madera empezó a moverse y poco a poco los troncos que formaban la casa comenzaron a caer y a rodar ladera abajo. Los dos hermanos, desesperados, huyeron a gran velocidad de nuevo y llamaron a la puerta del cerdito mayor, quien les abrió y les hizo pasar, cerrando la puerta con llave.
– Tranquilos, hermanos, aquí estamos seguros. El lobo no podrá destruir esta casa.
TOC, TOC, TOC. Sonó la puerta.
– ¿Quién es? – preguntó sin miedo el tercer cerdito.
– Soy el lobo feroz. Abre la puerta o derribaré tu casa de un soplido.
– ¡Inténtalo! – dijo el cerdito muy seguro de sí mismo.
El temible lobo por más que sopló y sopló con todas sus fuerzas, no pudo mover ni un solo ladrillo de la casa ¡Era una casa muy resistente! Aun así, astuto como era no se dio por vencido y comenzó a buscar un hueco por el que poder entrar.
Como las paredes y ventanas estaban muy bien construidas, el malvado lobo no pudo hacer nada, pero mirando hacia arriba vio la chimenea y sonriendo maliciosamente dio un grán salto y se plantó en el tejado, se acercó hasta la chimenea y sin pensarlo dos veces se deslizó por su interior para entrar en la casa.
Lo que el malvado lobo no sabía era que los tres cerditos habían preparado una gran olla llena de agua hirviendo sobre el fuego de la chimenea.
Cuando el lobo llegó abajo cayó sobre la marmita y se quemó el trasero con el agua hirviendo. Los gritos del lobo se escucharon por todo el bosque y salió disparado chimenea arriba con el trasero rojo y pelado. fue tanta la vergüenza que sintió por haber sido vencido por los tres cerditos, que nunca más se volvió a ver al lobo feroz merodear por aquel bosque.
– ¿Veis lo que ha sucedido? – advirtió el cerdito mayor a sus hermanos – ¡Os habéis salvado por los pelos de caer en las garras del lobo! Eso os pasa por perezosos e inconscientes.
Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Primero está la obligación y luego la diversión. Espero que hayáis aprendido la lección.
¡Y desde luego que lo hicieron! A partir de ese día se volvieron más responsables, los dos dedicaron tiempo y esfuerzo a construir una casa de ladrillo y cemento como la de su sabio hermano mayor y desde entonces todos vivieron felices y tranquilos para siempre.