EL HOMBRE DEL SACO

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EL COCO, EL TIO CAMUÑAS, EL VIEJO DEL SACO, EL LOBO FEROZ

El hombre del saco no piensa, calcula -decía la gente mayor-. No habla, falsea la verdad. Lo reconoceréis por su sombra, diez grados más fría que las demás.

Volad como el viento si os pide ayuda u os invita a acompañar lo. Es el coco, el viejo del saco, el tío Camuñas, el lobo feroz… Tiene muchos nombres pero una sola intención. Encerrar a las niñas en el fondo de un saco maloliente.»

En aquel tiempo se contaban historias terroríficas sobre el hombre del saco. Las jovencitas del pueblo decían que aquello eran cuentos de abuelas, cosa de antaño, leyendas de otro tiempo y nada más. 

A veces asustaban a las pequeñas: ¡Buuu!, el hombre del saco viene a por ti». Ellas se echaban a temblar.

cierto día, unas niñas del pueblo pidieron permiso a su madre para ir a la fuente, como se hacía antes, para reunirse con sus amigas a charlar. La más pequeña de las hermanas las quiso acompañar, pero la madre puso mala cara.

-¿Y si viene el hombre del saco?

La niña se sabía de memoria las recomendaciones maternas: -Me portaré bien, obedeceré a mis hermanas en todo, no hablaré con desconocidos y no me separaré de ellas. No me

apartaré del camino y no correré detrás de ningún animal perdido.

Por fin, la madre se dejó convencer y les encargó a las niñas que se llevaran algo de ropa para lavar en la fuente. Resulta que hacía poco les habían regalado un anillo a cada una.

Las mayores encargaron a la más joven que empezara a lavar y se pusieron a charlar con sus amigas tranquilamente.

Justo cuando la pequeña se quitaba el anillo y lo dejaba sobre una piedra, una sombra diez grados más fría que las demás cayó sobre la fuente. -¡Corred, que viene el hombre del saco! -gritaron las mayores.

Todas echaron a correr al mismo tiempo, pero la más joven recordó de repente el anillo olvidado sobre la piedra. Se volvió a mirar, y al no ver a nadie por los alrededores, regresó a buscarlo. El anillo no estaba por ninguna parte, pero una voz dijo a su espalda:

-¿Has perdido algo?

Tan preocupada estaba la niña por el anillo que olvidó todas sus promesas. Todas las recomendaciones. Las historias siniestras.

-Sí -contestó-, he perdido mi anillo. ¿Usted lo ha visto?

Digamos la verdad: el hombre del saco parecía un viejo inofensivo. La niña no desconfió demasiado, ni siquiera cuando éste le dijo:

-Sí, está en el fondo de este saco.

¡Zas! En cuanto la niña se metió a mirar, el hombre del saco, rápido como una araña al acecho, cerró el costal y se lo cargó al hombro. Para aquella niña, la noche había caído en mitad del día. El hombre del saco salió andando hacia una aldea vecina.

Por el camino, le dijo a la pequeña: -Cuando yo te diga: «Saco, ponte a cantar o te vas a enterar», tú empiezas a cantar lo mejor que puedas. Si no lo haces así, volveré a tu casa y me llevaré a tus hermanas.

En el interior de aquel saco maloliente, donde nunca brillaba el sol, la niña pasó días y días sin saber cuándo amanecía y cuándo anochecía. Vivía en la más triste soledad, viajando de

pueblo en pueblo, pues el hombre del saco se ganaba la vida engañando a la gente aquí y allá. Y de vez en cuando le decía: -Saco, ponte a cantar o te vas a enterar.

Y la niña entonaba:

Por un anillo de oro
Que en la fuente me dejé
Estoy metida en un saco
Y ya nunca escaparé.

Los vecinos de los pueblos se reunían en la plaza mayor para escuchar aquel prodigio. Le entregaban al viejo monedas y dulces, que él jamás compartía.

El tiempo fue pasando, y a fuerza de engañar y decir mentiras, el viejo del saco ya no distinguía ni sus propios pasos. De modo que sin darse ni cuenta, un día fue a parar al mismísimo pueblo donde había secuestrado a la niña. Y como tenía por costumbre, pronunció su frase siniestra:

-Saco, ponte a cantar o te vas a enterar.

La pequeña, con un hilo de voz, entonó su canción:

Por un anillo de oro
Que en la fuente me dejé
Estoy metida en un saco
Y ya nunca escaparé.

Casualmente, las amigas de las hermanas andaban por alli. Al oír la lúgubre melodía, ataron cabos enseguida y corrieron a avisar a la familia de la niña. El hombre no reparó en nada. Como todos los malvados, se creía el más listo del mundo.

Las hermanas de la niña rápidamente idearon un plan. Invitaron al miserable a cenar y a dormir en su propia casa. En cuanto llamó a la puerta, se hicieron las olvidadizas.

-Ay, qué despistadas somos, hemos olvidado comprar vino. Háganos el favor de ir a la taberna vecina y tráiganos una garrafa mientras acabamos de preparar la cena. Aquí tiene unas monedas.

El viejo se tragó el anzuelo como la alimaña que era. Antes de partir, dejó el saco tras de sí para no ir tan cargado. Corre que te corre, las hermanas hicieron salir a la pequeña, la escondieron en un cuarto y, en su lugar, metieron en el saco un perro y un gato.

Sin sospechar nada de nada, el viejo comió y bebió cuanto quiso, dio las gracias muchas veces haciéndose el educado y luego se echó en una cama, donde durmió a pierna suelta. Al día siguiente, como si nunca hubiera roto un plato, partió de camino a otro pueblo.

En cuanto llegó a la plaza, siguiendo su horrible costumbre, anunció que haría cantar a su saco a cambio de unas monedas.

– Saco, ponte a cantar o te vas a enterar.

Pero el saco no dijo ni mu. El viejo insistió:

– Saco, ponte a cantar o te vas a enterar.

El saco seguía mudo. Por la plaza, empezaron a oírse cuchicheos y risas. El viejo se enjugó la frente y luego, cada vez más enfadado, le dio una patada al saco. Pero el saco no se puso a cantar. Empezó a ladrar y a maullar. Y cuando el hombre abrió el costal para resolver el enigma, el perro le dio un buen mordisco y el gato lo llenó de arañazos.

Al comprender el engaño, la gente del pueblo la emprendió a palos con él. La noche cayó en pleno día sobre el muy desgraciado, que acabó encerrado en una cueva donde nunca jamás volvió a ver la luz del sol.

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