Érase una vez un príncipe no lograba encontrar una princesa con quien casarse y esto lo hacía infeliz. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón intuía que en alguna parte, antes o después, la encontraría. Nunca dejaría de buscarla.
Recorrió todo el mundo en busca de su novia perfecta, decenares de castillos visitó pero ninguna chica la convenció. Al regresar a su país natal, ya el otoño estaba convirtiéndose en un invierno helado.
Una noche, poco después de su regreso, hubo una tormenta terrible. El príncipe se había ido a dormir, mientras el rey y la reina leían en la planta baja. El viejo rey sintió un escalofrío y acercó su silla al fuego para calentarse un poco, entonces escuchó varios golpes en la puerta. Se levantó y después de remover todos los cerrojos, abrió y se encontró con una jovencita muy hermosa: Estaba empapada y sus zapatos cubiertos de barro, sus largos cabellos dorados chorreaban agua sobre sus hombros.
-Soy una princesa -respondió la desconocida.
-Sí, sí, pequeña, por supuesto que lo eres –Sonrió el rey-. Bueno, pero será mejor que entres; aunque jamás he visto una princesa llegar sin un gran carruaje.
La reina sospechaba de la jovencita y mientras ella se calentaba y cenaba, la mujer le pidió a las doncellas trabajar en la habitación donde dormiría la joven esa noche.
Quitaron la ropa de la cama de uno de los cuartos para huéspedes y la reina colocó un guisante seco debajo del colchó, vaciaron todos los armarios del palacio hasta reunir veinte colchones más y los colocaron uno sobre otro por encima del guisante.
-Te he preparado una cama –Dijo a la encantadora joven cuando había terminado de cenar.- Estoy segura de que pasarás una buena noche.
La niña subió a los aposentos, se puso un camisón y tuvo que usar una escalera para trepar a su cama. Durante la noche cesó la tormenta y a la mañana siguiente, cuando el huésped bajó a desayunar, la reina sonrió para sus adentros.
-¿Cómo ha dormido mi querida princesa?-Le preguntó mientras la joven se sentaba a la mesa.
-Lamento deciros que no he dormido nada bien –Respondió la desconocida- Lamento parecer descortés pero es que aun con todos esos colchones me sentía muy incómoda.
-Es imposible –Dijo el rey atónito.- ¡Te dimos la mejor cama de todo el palacio!
-Bueno, pues me sentía como si estuviera acostada sobre un guijarro. Y esta mañana he amanecido toda amoratada
-¡Entonces eres una princesa de verdad! –Exclamó la reina feliz porque su experimento había logrado el efecto que estaba buscando.- Sólo una persona de sangre real puede tener una piel tan delicada y sensible. Sólo una auténtica princesa puede sentir la molestia de un guisante, colocado debajo de veintiún colchones.
Cuando bajó a desayunar el príncipe apenas miró a la hermosa joven y supo inmediatamente que ella sería la esposa que tanto había buscado desesperadamente. No necesitó guisante ni colchones como prueba, su corazón le había dicho desde el primer momento que había encontrado a su princesa.
La boda fue un gran evento para todo el reino, muchos invitados fueron y la felicidad de la gente fue enorme: Estaban contentos por el príncipe y su nueva novia, ambos serían algún día rey y reina.