Doña Genoveva, señora muy respetada en la comarca, cultivaba en su huerta una hermosa y frondosa parra. Sus racimos, grandes y maduros, despertaban el apetito de quienes la contemplaban al pasar.
Una zorra hambrienta, después de merodear en vano buscando algo con qué saciar su apetito, pasó por casualidad ante la huerta, y claro está, las suculentas uvas sobresaltaron su desfallecido estómago.
Al ver colgados de la parra los espléndidos racimos, quiso cogerlos con su boca; pero como no lo consiguiera, después de varios intentos, se alejó confundida diciendo para sí:
– Todavía están verdes, no las quiero que no están maduras.
A mal tiempo
buena cara