CUENTOS POR TELÉFONO
Una vez en Turín, construyeron un edificio de helado, en la mismísima plaza Mayor, y los niños acudian de muy lejos para darle una chupadita.
El techo era de nata; el humo de las chimeneas, de algodón de azúcar; las chimeneas, de fruta confitada. El resto: las puertas, las paredes y los muebles, todo era de helado.
Un niño pequeñito se había cogido a una mesa y le lamió las patas una a una, hasta que la mesa le cayó encima con todos los platos; y los platos eran de helado de chocolate, el mejor.
En cierto momento, un policía municipal, se dio cuenta de que había una ventana derritiéndose. Los cristales eran de helado de fresa, y se deshacían en hilillos rosados.
-¡Rápido! -gritó el policía- , ¡más rápido todavía!
Y venga todos a lamer más rápido, para que no se echara a perder ni una sola gota de aquella obra maestra.
-¡Un sillón! -imploraba una viejecita que no lograba abrirse paso entre la muchedumbre-. ¡Un sillón para la pobre viejecita! ¿Quién va a traerlomelo? Que sea con brazos, si es posible.
Un generoso bombero corrió a llevarle un sillón de helado de limón, y la pobre viejecita empezó a lamerlo precisamente por los brazos.
Aquél fue un gran día, y por orden de los médicos nadie tuvo dolor de barriga.
Todavía hoy, cuando los niños reclaman otro helado más a sus papás, éstos dicen suspirando:
-¡Claro, hombre! Para ti sería necesaria una casa entera, como aquella de Turín.