EL CASTILLO MISTERIOSO

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Cuentos de Halloween 👻 Historias para niños de halloween.

Hace mucho tiempo, cuando los bosques tapaban el cielo y el aullido del lobo resonaba en la noche, vivía una familia muy pobre en una humilde cabaña del bosque.

Debéis saber que en aquel entonces muchas familias pasaban un hambre atroz, y que a veces la necesidad los llevaba a cometer actos desesperados.

-No puedo soportar la idea de ver morir de hambre a mis hijos ante mis ojos -suspiró la madre después de darles a Johannes y Maria el último mendrugo de pan-. Tendremos que

abandonarlos. Quizás encuentren la manera de salir adelante.

Con la excusa de que necesitaban leña, el padre llevó a los dos niños al último claro del bosque, allá donde terminan los caminos y los árboles crecen secos y retorcidos. Los niños esperaron horas y horas en aquel claro fantasmal.

Cuando los búhos empezaron a ulular, comprendieron que nadie acudiría a buscarlos.

-¿Qué hacemos, Johannes? -le preguntó Maria a su hermano. Quizá nuestro padre se haya olvidado de nosotros.

– Intentemos volver a casa. Todos los senderos llevan a alguna parte.

Johannes y Maria echaron a andar. Desorientados por la oscuridad, fueron incapaces de encontrar el camino. Los lobos aullaban a lo lejos y los pies apenas los sostenían ya cuando

vieron una lucecita que titilaba en la noche. ¡Salvados! Los dos niños echaron a correr hacia la luz, que pendía en la puerta de un caserón siniestro.

El jardín parecía abandonado, la pintura caía a trozos de las paredes y apenas se veía luz al otro lado del cristal. Asustados, dudaron ante la puerta, pero un aullido lejano los decidió a llamar.

-¡Toc, toc, toc!

La puerta se abrió con un fuerte chirrido. ¡Neeec! Al otro lado, apareció una viejecita que se los quedó mirando muy asustada.

-Pero ¿qué estáis haciendo aquí? ¿Acaso no sabéis que ésta es la casa de unos malvados Ogros?

– Por favor, señora –le suplicó Johannes-. Déjenos dormir en un rincón. Si nos quedamos en el bosque, moriremos de frío o nos devorarán las fieras.

-Está bien, está bien -se compadeció ella-. Id a la caseta del jardín y no hagáis ningún ruido. Por la mañana, cuando vaya a buscaros, tendréis que partir de inmediato. Si los Ogros os encuentran aquí, os matarán.

Aquella noche, los niños soñaron con Ogros de ojos amarillos y colmillos afilados. Poco antes del amanecer, se despertaron sobresaltados. La anciana ya estaba allí.

-Vamos, partid antes de que salga el sol. Aquí tenéis unas provisiones. Sobre todo, alejaos del camino ancho y permaneced siempre en el más estrecho. Es sabido que los Ogros toman siempre el sendero fácil.

Después de darle las gracias, Johannes y Maria se internaron en la niebla. Anduvieron sin descanso, haciendo oídos sordos a los aullidos y a los suspiros del viento. Subieron por los peñascos y bajaron por las pendientes. Caminaron sin alejarse de la senda más estrecha. Y cuando llevaban casi todo el día andando, llegaron a una bifurcación.

-¿Y ahora por dónde vamos? – preguntó Maria.

-Todos los senderos llevan a alguna parte. Yo tomaré el de la derecha y tú el de la izquierda. Si uno de los dos llega a casa, que retroceda a buscar al otro.

Así, sus caminos se separaron. Avanzando por la senda de la derecha, Johannes buscaba un lugar donde pasar la noche. Ya se ocultaban las últimas luces cuando vio una mansión a lo lejos.

-Lo lamento, pero no puedo acogerte en estos momentos -le dijo el conde, dueño de la morada, cuando Johannes llamó a la puerta-. Sin embargo, si sigues andando encontrarás un castillo abandonado. Seguro que podrás acomodarte en algún rincón. Mañana por la mañana vuelve a visitarme y te daré de comer.

Johannes siguió las instrucciones del conde y pronto llegó a un castillo que parecía embrujado. «Mejor entrar que pasar la noche a la intemperie», se dijo. De modo que buscó una habitación y encendió la chimenea para calentarse. Pronto estaba roncando a pierna suelta.

Lo despertó un escalofrío, como un soplo en la nuca. La misma sensación que tienes cuando te sientes observado. Johannes abrió los ojos y vio, recortada contra la luz de la luna, una figura de mujer sentada a los pies de su cama. Se incorporó sobresaltado.

-No tengas miedo -le dijo la aparición-. Estoy aquí para ayudarte. Toma este ovillo de lana. A media noche se presentarán dos hombres sin cabeza para llevarte a las mazmorras. Ata

el hilo a lo alto de la escalera y haz exactamente lo que te digan. Tú no tengas miedo. Cuando se hayan marchado, sigue el hilo para volver atrás. Si haces lo que te digo, podrás abandonar este lugar sin problemas y conseguirás grandes riquezas.

Tal como había anunciado la enigmática aparición, un ruido despertó a Johannes a media noche. Cuando abrió los ojos, vio a dos decapitados plantados en mitad de la habitación.

-Acompáñanos -le ordenó una voz espectral.

«Bueno, todos los pasos llevan a alguna parte», dijo Johannes. Recordando las instrucciones de la mujer, ató el hilo a lo alto de la escalera y se dispuso a seguirlos por la casa. Los decapitados dieron vueltas y más vueltas, escaleras arriba y abajo, de torreón en torreón y de estancia en estancia. A lo largo del camino, el niño fue soltando el ovillo de lana. Habían llegado a las lúgubres mazmorras cuando la lana se terminó.

Disimuladamente, Johannes se ató el cabo al tobillo. Los fantasmas se colocaron sobre una losa y señalaron una pala. Johannes levantó la losa y se puso a cavar hasta encontrar tres barriles llenos a rebosar de monedas de oro y plata.

-El primer barril es para salvar nuestras almas. El segundo, para repartir entre los pobres y el tercero será para ti… si consigues salir del castillo.

Y soltando una carcajada fantasmal, los dos hombres desaparecieron.

Johannes no dudó ni tampoco se inquietó. Se cargó los barriles al hombro, desató el hilo y procedió a buscar la salida. Caminó escaleras arriba y abajo, de torreón en torreón y de estancia en estancia. Por fin llegó a su habitación, donde descansó un momento antes de partir hacia la mansión del conde.

-Muchos hombres han entrado en ese castillo, pero muy pocos han conseguido salir -lo felicitó el hombre a su llegada. Has demostrado valor e ingenio. Como recompensa, podrás quedarte a vivir aquí. 

– Antes tengo que hacer algo, pero prometo volver.

Johannes entregó el primer barril a las autoridades para la salvación de las almas de los dos decapitados. Luego fue casa por casa, repartiendo el segundo barril entre los pobres. Gracias a eso encontró a su hermana, que había sido acogida por unos humildes campesinos. 

Por fin, conservó para sí el tercer barril, y acompañado de Maria regresó a la mansión del conde. Rota la maldición, el conde se trasladó al castillo, donde cuidó de Johannes y Maria como si fueran sus propios hijos.

¡Quién iba a imaginar lo que les esperaba al final del camino!

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