La historia que os voy a contar ocurrió hace mucho mucho tiempo. En esa época, en la Tierra, muchas personas se habían vuelto egoístas, tan solo se preocupaban de ellos mismos y no pensaban nunca en los demás. Los había que robaban, otros que peleaban y muchos de los niños eran desobedientes. Por supuesto Dios estaba muy enfadado porque creía que los hombres habían olvidado su mandato.
La única excepción era la familia de Noe, que era bondadosa y mantenían las palabras del Señor en su corazón. Su vida no era nada fácil. No pasaban hambre ya que tenían lo suficiente, pero eso era así gracias al duro trabajo que día a día realizaban. Y nunca comían sin agradecer y bendecir sus alimentos. También daban gracias a Dios por la sencilla vida que llevaban y por tenerse los unos a los otros.
Una noche, cuando se disponían a descansar tras una larga jornada de trabajo, unos perros hambrientos aparecieron en la puerta. Sin pensárselo dos veces Noé les dio algo de su comida, ya que estaba convencido de que todas las criaturas de Dios eran igual de importantes. Al anochecer, su mujer y sus hijos se fueron a dormir pero él no se sentía cansado… Tenía un extraño presentimiento.
Decidió salir de casa para dar un pequeño paseo y así poder calmar su desasosiego. Al cruzar el umbral de la puerta escuchó, sorprendido, una grandiosa voz que venía del cielo. Se dió cuenta de que era Dios que se estaba dirigiendo a él. Le explicó que, puesto que las personas ya no se respetaban, había decidido limpiar la tierra y comenzar de nuevo. Para ello iba a mandar a la tierra un terrible diluvio que la cubriría por completo. Les escogía a él y a su familia para ayudarle, porque creía que eran los únicos que aún lo tenían en su corazón y recordaban sus enseñanzas. Le dijo que tenía que construir un arca que debía contar con tres pisos. La puerta debería ser lo suficientemente grande como para que el animal más grande del mundo pudiera entrar por ella.
Noé entró corriendo en casa y relató a su familia lo que el Señor les había encomendado. Al día siguiente, sin perder tiempo, se pusieron manos a la obra. Trabajaron muy duro, como tan bien sabían hacerlo, y terminaron el arca, que era exactamente como Dios les había pedido. Al acabar el trabajo se sintieron muy orgullosos, a pesar de las burlas de sus vecinos que creían que se habían vuelto locos. Por más que les intentaban advertir sobre el gran diluvio, estos no les creían y tan sólo se reían de ellos.
Cuando el arca estuvo construida Dios volvió a hablarle a Noé. En esta ocasión le dijo que debía reunir a una pareja de animales de cada especie y meterlos en el arca junto con provisiones suficientes para alimentarles por un largo período de tiempo. Esta vez el encargo fue aún más complicado y les costó largo tiempo, a pesar de que trabajaban sin descanso, reunir a todos los animales. Pero al final consiguieron terminar la tarea encomendada por el Señor y no quedó una sola pareja de animales por entrar en el arca. Dios ayudó a la laboriosa familia consiguiendo que todos los animales se comportaran de un modo dócil y tranquilo. Incluso los leones y los tigres estaban conviviendo con los corderos pacíficamente. ¡Era algo digno de ver!
Un día, al levantarse, descubrieron el cielo completamente cubierto de unas terribles nubes negras y un viento frío que comenzaba a soplar con increíble fuerza. Dios le dijo a Noé que el momento había llegado y que el diluvio comenzaría ese mismo día. Algunos de los vecinos de la piadosa familia escucharon las palabras que Noé les dijo y decidieron volver a acoger al Señor en su corazón. De ese modo pudieron subir también al arca a tiempo y salvarse del grandioso diluvio.
Llovió tanto y durante tantos días que el nivel del agua subió y subió, hasta cubrir toda la tierra. Incluso las montañas más altas quedaron bajo las aguas. Sin embargo el arca de Noé aguantó. Navegando las crecientes aguas, animales y personas, convivieron en armonía cuidando los unos de los otros.
Después de muchos meses, por fin, dejó de llover y salió el sol. El arca flotaba tranquilamente en la suave superficie del inmenso mar. Pero los días pasaban y no eran capaces de ver tierra firme por ningún lado. Sin embargo Noé, su familia y los vecinos que los acompañaban, creían firmemente en Dios, y sabían que él les salvaría. Cada mañana Noé enviaba una paloma en busca de algún indicio de que, en algún lugar, había tierra firme. Su paciencia se vio recompensada cuando un día la paloma regresó con una rama de olivo en el pico. Con gran regocijo todos celebraron la maravillosa noticia.
Poco a poco el nivel del agua fue bajando y el arca, finalmente, quedó sobre la cima de una gran montaña. Dios habló a Noé una vez más y le dijo que podían salir del arca sin peligro alguno. Tanto ellos como los animales se encontraban a salvo. La tierra ya no se encontraba inundada y era hermosa y fértil. Bajaron todos del arca dando gracias a Dios y cantando sus alabanzas, mientras prometían llevarlo siempre en su corazón y llevar su palabra allí donde fueran.
El Señor les prometió que ya nunca más inundaría el mundo y dejó el arcoíris como recuerdo de la lluvia caída.