SIMBAD EL MARINO

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Simbad el Marino y la leyenda de los siete mares – Resumen

Mi nombre es Simbad y soy un rico mercader que vive en una gran mansión rodeado de lujo en la ciudad de Bagdad.

Soy muy afortunado, pero quiero contarte cómo he conseguido todo esto, pues nadie me ha regalado nada y quiero que entiendas que todo lo que poseo es el fruto de mucho esfuerzo. 

De muchacho mi padre me dejó una buena fortuna, pero la malgaste hasta quedarme sin nada. Entonces, comprendí mi error y decidí que tenía que hacerme marino.

No fue fácil. Durante mi primer viaje, se desató una gran tormenta y a causa de mi inexperiencia caí del barco sin que nadie se diera cuenta. Nadé hasta una isla cercana, pero la isla resultó ser el lomo de una gran ballena ¡El susto fue tremendo! Por suerte me salvé de ser tragado por ella.

De nuevo en el agua conseguí agarrarme a un barril que flotaba a la deriva y la corriente me llevó a orillas de una ciudad desconocida. Vagué de un lado para otro durante un tiempo hasta que logré que me admitieran en un barco que me trajo de regreso a Bagdad.

¡Fueron días muy duros! 

Mi segundo viaje fue muy curioso… Tras varios días de navegación avistamos una isla y atracamos el barco en la arena. Buscando alimentos encontré un huevo enorme y cuando me disponía a cogerlo, un enorme águila se posó sobre mí y me agarró con sus fuertes patas, elevándose hasta el cielo. 

Pensé que quería castigarme dejándome caer sobre el mar, pero por suerte, lo hizo sobre un valle lleno de diamantes. Cogí todos los que pude y, agotado, salí de allí a duras penas. Conseguí localizar a la tripulación de mi barco.

¡Por poco no lo cuento!

A pesar de que ya vivía cómodamente no me conformé y quise volver al mar una tercera vez. De nuevo, corrí aventuras muy emocionantes.

Llegamos a una isla donde habitaban cientos de pigmeos salvajes y muy agresivos que destrozaron nuestro barco. Nos apresaron y nos llevaron ante su jefe, que era un gran gigante de un solo ojo y mirada espantosa.

¡Era terrorífico!

Se comió uno a uno  a todos los marineros, pero como yo era muy flaco, me dejó a un lado. Cuando terminó de devorarlos se quedó dormido y yo aproveché para coger el atizador de las brasas, que estaba al rojo vivo en la chimenea, y se lo clavé en su único ojo.

 ¡El alarido fue aterrador! 

Giró con rabia sobre sí mismo pero como ya no podía verme aproveché para huir sigilosamente. 

Llegué hasta la playa y un comerciante que tenía una barquita me recogió y me regaló unas telas para venderlas cuando llegásemos a buen puerto. Gracias a su generosidad, hice una gran fortuna y regresé a casa. 

Para terminar mi historia quiero deciros algo importante:

  • Quien algo quiere, algo le cuesta.
  • El destino es algo por lo que hay que luchar y que cada uno debe forjarse.
  • ¡Nadie en esta vida regala nada!.

Espero que lo que te he contado te sirva en el futuro. Combina riesgo y esfuerzo y triunfarás. Trabaja duro para, algún día no muy lejano, poder disfrutar de la misma vida tranquila y cómoda que tu amigo aventurero Simbad el Marino.

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