Esta es una historia verdadera, que ocurrió en alguna parte del mundo en una época muy antigua.
La historia comienza en una granja no muy grande, el dueño de esta granja era el señor Esteban, un anciano granjero que hacía lo que podía para mantener unas dos vacas, tres cerdos y cinco gallinas. En cuanto a agricultura, el granjero solo tenía un pequeño huerto de calabazas.
Por alguna extraña razón el granjero dedicaba la mayor parte de su tiempo y esfuerzo en el huerto de calabazas, Esteban pasaba horas de rodillas quitando la maleza de los alrededores de las calabazas, incluso, había quienes lo habían visto conversando con ellas.
Llegó un momento en que el granjero Esteban se enfermó muy gravemente, el médico de pueblo había estado visitándolo periódicamente desde que la enfermedad se intensificó. Uno de esos días en el que el doctor iba a ver a Esteban, el enfermo granjero le entregó una carta en la que explicaba que a la hora de su muerte deseaba ser sepultado junto a su huerto de calabazas y que nunca debían remover el huerto. Al doctor le pareció una extraña decisión, sin embargo, le aseguró al granjero que cumpliría su última voluntad.
Una tarde nublada del mes de octubre, el doctor se dirigía a hacer una visita a Esteban. Cuando llegó a la granja llamó a la puerta repetidas veces sin obtener respuesta alguna, esperando lo peor, decidió derribarla y entrar. El granjero había fallecido en el transcurso de la noche anterior.
En ese instante el doctor recordó la promesa que había hecho a Esteban y sin dudarlo se dispuso a cumplirla. Introdujo el cuerpo de Esteban en un cajón de madera el cuál enterró justo al lado derecho del huerto de calabazas.
El granjero era un hombre solitario, de hecho, el único que se preocupó por hacerle una sepultura digna fue el doctor del pueblo, era un pueblo pequeño así que todos se habían enterado de su muerte, pero nadie tuvo el deseo de ir a rendirle honores al cuerpo del anciano.
Pasó el tiempo y en la granja se secó la hierba que cubría la tierra, los animales fueron vendidos y la casa estaba deteriorada, extrañamente lo único que conservaba un buen aspecto a pesar del tiempo era el huerto de calabazas.
En una oportunidad el alcalde del pueblo decidió que a las afueras del pueblo se iba a construir una taberna, iba a estar ubicada en donde antes se encontraba la granja, para ello, debían remover el huerto de calabazas. El doctor del pueblo, siendo fiel a su promesa hizo saber al alcalde que por respeto al granjero no debía removerse el huerto, pero el alcalde se rehusó a ceder en este asunto. La taberna se construiría justo en ese sitio, “los deseos de un pobre granjero muerto no importan”, dijo.
Fueron muchos días en que el doctor del pueblo estuvo insistiendo en que no se removiera el huerto, insistió hasta el día antes de la construcción, pero todo fue en vano.
A la mañana siguiente, el doctor se levanta y decide ir resignado a ver como removerían el huerto de calabazas que tanto intentó proteger, salió a la calle y cuando iba pasando cerca de la casa del alcalde vio a algunas personas en frente un poco agitadas, al preguntar lo que sucedía, le contestaron que nadie había visto al alcalde; no estaba en su casa, no estaba en donde se haría la construcción y nadie lo había visto desde las cinco de la tarde del día anterior y cuando entraron a su casa solo encontraron sobre su cama una calabaza con un horrible gesto tallado en su superficie, nadie volvió a ver al alcalde.
EL doctor regresó algo contrariado y temeroso a su casa, al llegar vio que en la entrada había una gran calabaza, al revisarla notó que tenia tallada la palabra “Gracias”. Desde ese momento hasta su muerte, el doctor estuvo recibiendo el mismo regalo cada mes de octubre.