CUENTOS DISNEY - Cuentos de princesas
Había una vez un rico mercader que tenía tres hijas. Las tres eran unas bonitas muchachas pero la más joven poseía una belleza especial. Además, por si eso fuera poco, era muy dulce y amable con todo el mundo, al contrario que sus hermanas, que eran orgullosas y engreídas.
Tras una serie de negocios fallidos el mercader perdió todo lo que poseía y no tuvo más remedio que trasladarse fuera de la ciudad, al campo, y dedicarse a labrar la tierra. Cuando el padre les comunicó su decisión las hermanas mayores se negaron, pero Bella, que era como se llamaba la menor, se enfrentó a la situación con optimismo.
– Llorando y quejándome no conseguiré nada, pero trabajando duro sí. – Se dijo a sí misma la joven.
Así que se dedicó a hacer todo lo que pudo por ayudar a su padre. Limpiaba la casa, hacía la comida e, incluso, atendía a sus insoportables hermanas.
Un día el mercader se enteró de la llegada de un barco que traía unas valiosas mercancías. Ilusionado partió al pueblo e intentó reanudar sus negocios, pero la iniciativa no salió bien y tuvo que regresar a su casa con prisas. Cuando se encontraba en camino se desató una terrible tormenta. Desorientado por la fuerte lluvia se fue internando, poco a poco, en lo más profundo del bosque. Muerto de frío y asustado por los aullidos de lobos que oía a sus espaldas avanzaba a la máxima velocidad de que era capaz cuando, de repente, vio una luz que provenía de un castillo.
Al entrar en el castillo no vio a nadie. Tras inspeccionar varias salas encontró comida y un sitio caliente donde dormir, así que decidió pasar allí la noche. A la mañana siguiente, antes de partir hacia su casa, dio un paseo por los bellos jardines del castillo. Éstos estaban llenos de hermosas flores y, acordándose su preciada Bella, decidió coger unas cuantas como regalo para la niña.
No había acabado de coger las flores cuando escuchó una voz grave que le decía:
– ¡De ese modo pagas mi hospitalidad, robando las flores de mis jardines! Debería matarte por ello.
El asustado hombre se giró y quedó ante el señor del castillo. Una enorme Bestia de mirada feroz.
– Lo lamento señor. No tenía intención de ser descortés. Perdone mi torpeza, se lo suplico. Me iré de aquí y no volverá a verme nunca jamás.
– Te perdonaré la vida y te dejaré marchar si, a cambio, me das a una de tus hijas. – Le respondió Bestia.
El mercader salió corriendo hacia su casa y, nada más llegar, les contó a sus hijas lo que le había sucedido. Tras escuchar la historia Bella, sin pensárselo dos veces, se ofreció para ocupar el puesto de su adorado padre.
Durante todo el trayecto de ida Bella no hacía más que pensar en lo terrible que iba a ser estar allí encerrada, pero sus miedos se disiparon en cuanto entró por la gran puerta principal. El lugar era realmente maravilloso y Bestia la recibió con amabilidad, diciéndole que si necesitaba cualquier cosa no tenía más que pedirla.
Los días fueron pasando y Bella se acostumbró a vivir con Bestia. Descubrió que, a pesar de su apariencia, era un ser bondadoso y atento que se dedicaba a complacerla en todo lo que podía. Con el tiempo llegó a cogerle mucho cariño. Pero, a pesar de que allí tenía todo cuanto necesitaba, sentía una gran tristeza, ya que echaba terriblemente de menos a su padre.
Un día se lo hizo saber a Bestia, pidiéndole que, por favor, la dejara ir a visitarle. Él aceptó, fiandose de su promesa de que volvería en unos días.
La llegada de Bella a su casa resultó menos alegre de lo que había pensado. Su padre, enfermo, necesitaba con urgencia que alguien le atendiera, ya que sus hermanas hacía tiempo que se habían ido y lo habían dejado solo.
Los días fueron pasando y, aunque Bella quería volver con Bestia como le había prometido, no se atrevía a dejar solo a su delicado padre.
Una noche Bella tuvo un extraño sueño. Bestia yacía en el suelo del castillo, casi sin vida. Por la mañana, con el recuerdo del terrible sueño aún reciente, decidió que se acercaría a ver si estaba bien. Al llegar encontró, tal como había soñado, a Bestia en el suelo. Bella se agachó a su lado. Verlo así le había hecho darse cuenta de cuánto se había enamorado de él en los meses que había pasado a su lado. Con lágrimas en los ojos se acercó y lo besó.
En cuanto sus labios se rozaron algo mágico comenzó a suceder: una intensa luz iluminó todo el castillo, las campanas comenzaron a sonar y Bestia, envuelta también en esa misteriosa luz, se fue convirtiendo, poco a poco, en un apuesto príncipe.
– Bella, – le dijo- cuánto tiempo he esperado para poder ver este hechizo roto. Una bruja malvada me condenó, por mi egoísmo, a convertirme en una bestia hasta que consiguiera que una joven se enamorara de mi. Tu amor me ha salvado la vida. Te quiero más que a nada en este mundo, ¿me harías el favor de convertirte en mi esposa?.
Bella, radiante de felicidad, tan sólo fue capaz de asentir con la cabeza.
Los jóvenes se casaron entre la alegría de todo el mundo y los fuegos artificiales, en la fiesta más fastuosa que jamás se había visto en todo el reino. Y fueron felices por siempre jamás.