Frozen y el Fragmento Perdido de la Reina de Sombras

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☃️Segunda parte del cuento original❄️

Un mes después de que el Espejo de la Noche Helada se dispersara en fragmentos invisibles, una extraña quietud se había apoderado de Arendelle. Demasiado tranquila. Demasiado silenciosa. Como si algo estuviera agazapado bajo la nieve, esperando su momento.

Elsa no dejaba de estudiar su mapa mágico, que solo podía leerse en la oscuridad más profunda. Cada punto brillante en el mapa era un fragmento… y uno de ellos, el más brillante y errático, se movía. No permanecía quieto como los demás. Cambiaba de lugar, como si supiera que estaba siendo vigilado. Ese fragmento no estaba simplemente perdido. Estaba huyendo.

Y no lo hacía solo.

En el sur, más allá del desfiladero de hielo, vivía una antigua reina, olvidada por los libros y sepultada por el tiempo. Se llamaba Maeltha, la Reina de Sombras. Una vez fue una hechicera poderosa, rival de los antiguos protectores de Arendelle. Pero su magia fue sellada en lo más profundo de una montaña por los ancestros de Elsa, y allí permaneció… hasta ahora.

Uno de los fragmentos del espejo había encontrado su prisión. O tal vez… ella lo había llamado.

El hielo que sellaba su cripta se agrietó con un estruendo que hizo temblar las montañas. De aquel lugar salió un viento oscuro, afilado, que arrastraba ecos de voces antiguas. Maeltha despertó. Y en cuanto su mano tocó el fragmento, su cuerpo envejecido se volvió joven, sus ojos brillaron como relámpagos oscuros, y su risa hizo que la nieve se derritiera y volviera a congelarse al instante.

El fragmento le mostró todo: la historia del espejo, la fuerza de Elsa, la ubicación de cada pedazo… y una idea aún más peligrosa: si reunía todos los fragmentos, no solo podría reconstruir el Espejo, sino absorber su poder.

La Reina de Sombras no perdería tiempo.

Mientras tanto, Elsa comenzaba a notar que algo estaba mal en los sueños de los niños del reino. Todos despertaban con escalofríos, susurrando nombres que no recordaban haber dicho nunca. Algunos decían haber visto un espejo en sus pesadillas. Otros, a una mujer vestida de niebla.

La amenaza estaba creciendo, y esta vez Elsa no podía enfrentarse a ella sola.

No buscó ayuda en Anna ni en Kristoff. En lugar de eso, recurrió a un grupo que solo aparece cuando la magia más antigua despierta: Los Hijos del Hielo Silente, espíritus guardianes escondidos en las cavernas de cristal. Parecían niños, pero sus ojos brillaban como galaxias. Sabían de Maeltha, y sabían del fragmento. Pero su ayuda tenía un precio.

Elsa debía entregarles su mayor recuerdo: aquel momento exacto en el que abrazó a Anna por primera vez tras salvar Arendelle. Si lo hacía, perdería esa emoción para siempre. No la recordaría más.

Elsa aceptó sin dudarlo.

Y así, los Hijos del Hielo le concedieron algo que solo aparece una vez por generación: una Llama Azul, una antorcha que quema la oscuridad mágica sin derretir el hielo. Con ella, Elsa partió hacia el sur, cruzando acantilados invisibles, desiertos blancos y tormentas que hablaban.

Al llegar a la montaña de Maeltha, la encontró transformada: no era una prisión, sino una fortaleza de hielo negro, con columnas que flotaban y escaleras que giraban como relojes. Allí, la Reina de Sombras esperaba, sentada en un trono hecho de fragmentos del espejo.

Maeltha no luchó con hechizos al principio. Usó palabras. Le mostró a Elsa visiones de lo que podría ser: una reina de todos los elementos, inmortal, poderosa más allá de la imaginación… si aceptaba unir fuerzas. Solo una condición: rendirse al espejo.

Elsa vaciló. La tentación era real.

Pero cuando la Reina le ofreció el fragmento más poderoso, el corazón del espejo… algo se rompió. Elsa no recordaba ya aquel abrazo con Anna. No recordaba por qué era importante resistirse. Pero entonces, sintió el peso de su renuncia. Y supo que eso mismo le daba fuerza: haber elegido proteger al mundo a costa de sí misma.

Levantó la Llama Azul.

El fuego mágico atravesó la ilusión. Quemó los fragmentos que flotaban. Pero la Reina gritó con furia y desapareció en una grieta de humo antes de ser alcanzada. No estaba destruida… solo herida.

Elsa cayó de rodillas. Todo tembló. La montaña se vino abajo.

Y entonces, desde la nieve… apareció Olaf, que la había seguido en secreto, guiado por un dibujo que un niño hizo en la nieve.

Olaf no hablaba. Pero su presencia lo decía todo.

Elsa lloró. No por tristeza, sino porque algo dentro de ella volvía a despertarse. Una emoción nueva. No la misma que había perdido, pero igual de poderosa: la certeza de que el sacrificio no había sido en vano.

 ¿Ha desaparecido la Reina de Sombras… o está reuniendo un ejército?
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Conclusión final con gancho emocional

Este cuento no solo expande el universo de Frozen, sino que eleva el viaje de Elsa a una dimensión emocional y mágica más profunda. Nos recuerda que el valor verdadero no está en lo que se conserva… sino en lo que se está dispuesto a perder por amor.

🧠 5 Lecciones del cuento con Emojis

  1. 💔 El amor verdadero exige sacrificios reales, incluso si duelen.
  2. 👀 La tentación siempre viene disfrazada de poder y promesas.
  3. 🧘 La renuncia consciente puede convertirse en una nueva fuente de fuerza.
  4. 🧭 El instinto puro, como el de Olaf, puede guiar mejor que cualquier mapa.
  5. 🧬 El pasado perdido no borra quién eres… solo hace espacio para crecer.

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