Al osito le encantaba, le volvía loco la miel. Todos los ositos son así, Si por él fuera, se
habría comido toda la miel del mundo.
Esta era la verdadera razón por la que se pasaba el día entero con el hocico metido en los dulces panales. Su madre le advertía de los peligros a los que se exponía.
– Osín, no te metas en donde no te llaman, que un buen día te vas a ganar un
aguijonazo –.
Pero el osezno no le hacía caso, no atendía y no escuchaba las advertencias de la madre, que con tanta experiencia sabía a lo que el pequeño se exponía. El seguía impasible en su labor diaria de buscar las colmenas y meter su nariz en ellas degustando las dulces mieles del éxito hasta quedar agotado de tanta dulzura.
Las abejas comprendiendo el gusto que el osito tenía por la miel dejaban que tomase
la cantidad que quisiera, pero ya el osito estaba llegando al punto de destrozar todo el
panal y esto molestaba a las laboriosas abejas.
Un día lo escarmentaron proporcionándole un fuerte aguijonazo en la nariz que lo dejó varios días acostado en cama con fuertes dolores y su nariz roja e hinchada. Su madre, molesta y pesarosa, le dijo que ya había vivido lo que tantas veces ella le advirtió.