Gianni Rodari cuentos - El libro de la fantasia.
Érase una vez, una mujercita que se pasaba todo el día contando los estornudos que hacía la gente. Luego contaba los resultados a sus amigas y juntas hacía muchos comentarios.
-El farmacéutico ha hecho siete -explicaba la mujercita.
-¿Es posible?
-Te lo juro: que se me caiga la nariz si no es verdad. Los ha hecho cinco minutos antes del mediodía.
Charlaba, charlaban y al final sacaban la conclusión de que el farmacéutico añadía agua al aceite de ricino.
-El párroco ha hecho catorce -explicaba la mujercita, sofocada de emoción.
-¿No te habrás equivocado?
-Qué se me caiga la nariz si ha hecho uno menos.
-¡Qué barbaridad!.
Charlaban, charlaban y al final sacaban la conclusión de que el párroco ponía demasiado aceite en la ensalada.
Una vez, la mujercita y sus amigas se pusieron a espiar todas juntas -y eran más de siete- bajo la ventana de don Delio. Pero don Delio no estornudaba por nada, ni siquiera estando resfriado.
-Ni siquiera un estornudo -dijo la mujercita-. Aquí hay gato encerrado.
-Seguro -aprobaron sus amigas.
Don Delio las oyó, puso un buen puñado de pimienta en el pulverizador de insecticida y, sin que lo vieran, dirigió el chorro sobre aquellas señoras criticonas que estaban agachadas bajo la ventana.
-¡Achís! -estornudó la mujercita.
-¡Achís, Achís! -estornudaron sus amigas. Y venga a estornudar todas a la vez.
-Yo he hecho más -dijo la mujercita.
-Nosotras, más que tú -dijeron sus amigas.
Se agarraron del pelo, se atizaron del derecho y del revés, se desgarraron los vestidos y cada una perdió un diente.
Desde ese día, la mujercita no volvió a hablarse con sus amigas; se compró un bloc y un lápiz y se paseaba sola solita, y por cada estornudo que oía hacía una cruz en el bloc.
Cuando murió encontraron aquel bloc lleno de cruces, y la gente decía:
-Mirad, deben de ser las señales de todas sus buenas acciones. ¡Cuantas hay! Si ella no va al Paraíso, no irá nadie.