Érase una vez una isla costera que había sido muy rica en el pasado, pero con el pasar del tiempo sus habitantes ante los cambios económicos, se tuvieron que marchar de aquella hermosa isla, y se convirtió así en un lugar con muy pocos sitios habitado, pero quien visitaba la isla podía darse cuenta que tenía muchas casas con especial belleza. Casas que parecían pequeños palacios, con muchas puertas y ventanas, con jardines espectaculares y enormes garajes, cuando ya caía la noche, y el silencio llenaba el lugar, las casas cobraban vida y conversaban entre sí.
Se saludaban unas a otras dándose detalles de las novedades del lugar, una le decía a la otra, nacieron rosas hermosas en mi jardín esta primavera, comentaba la casa de color rojo, que tenía quince habitaciones.
La otra comentaba, miren mi nuevo techo, con este me siento renovada, con mis veinte habitaciones, y mis enormes estacionamientos, las salas de baño, puedo ser llamada sin lugar a ninguna duda, una mansión. Así cerraba su comentario la mansión marrón.
Y de esa forma cada una tenía algo que presumir, la casa verde presumía su porche, donde convivían sus visitantes.
De esa forma transcurrían las noches en la hermosa isla, todas esas casas estaban muy conformes y contentas consigo mismas. La única que permanecía en silencio, triste y pensativa era la casa gris. Ella había sufrido un incendio que afecto su fachada y desde ese día, nadie le había puesto atención, pues sus dueños se mudaron y nunca más volvieron.
En su estado de soledad la casa gris perdió el entusiasmo, sus paredes manchadas y el descuido de sus espacios la hacía desdichada, a pesar que algunos visitantes observaban sus cimientos la distribución de sus espacios, sus enormes paredes, la descartaban por estar en ruinas. Si nadie quiere vivir aquí, ¡que he de hacer! Nadie es feliz si no tiene un propósito.
Pasó el tiempo y la casa aún seguía esperando por alguien que se fijara en ella, y le diera la atención que merecía, un amanecer un hombre arribo a la isla, con un equipaje gris, y un saco gris, a pesar de estar en pleno verano ese hombre no tenía afición por los coloridos trajes de los que pasaban las vacaciones en la isla, este singular personaje pregunto qué casas estaban en venta, lo pasearon por toda la isla, le mostraron infinidad de opciones, casas de muchos colores, tamaños y diseños, pero sorprendentemente el hombre no se fijó en ninguna, por ultimo le mostraron la casa gris, al verla detalladamente, quiso quedarse allí. La casa sorprendida se dijo a si misma, alguien realmente quiere quedarse aquí a vivir.
Con el paso del tiempo el hombre fue instalándose en la casa, y se supieron las razones por las que la eligió. Necesitaba con toda sus fuerzas renovar su vida, y para ello estuvo dispuesto a empezar de nuevo junto a la casa gris. El hombre fue echado de su trabajo por reducción de personal, y deseaba establecerse en un lugar completamente diferente, y no existe mejor manera que tener una nueva casa. Pasaron días, semanas, meses, y el hombre del saco gris fue dedicado y paciente, reparando sus fachadas, la cuido y la mejoro, estuvo tan atento que al cabo de unos pocos meses estaba lista y totalmente pintada de blanco. Por las noches cuando todo quedaba en silencio las demás casas la miraban con admiración, pues sus blancas paredes resaltaban con especial brillo todo su esplendor recuperado, convirtiéndose así en la joya más hermosa de la isla, nunca se dio por perdida.